Las primas de Villaguay: relatos susurrados por el río

Por Juan Carrá

Carolina Bugnone registra en 44 relatos su pasado inmediato: la infancia con sus olores,juegos, fugas y dolores. Una colección de cuentos que guarda relación directa con El limonero real de Juan José Saer y los recuerdos de veranos idos. 

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Termino de leer Las primas de Villaguay frente al mar. Cierro el libro después de tomar unos últimos apuntes que, ahora, sentado frente al teclado, trato de convertir en un texto que se acerque a las sensaciones que se van sedimentando. Siento el salitre del mar en la piel, en el aire y no puedo dejar de pensar en el río que mece la literatura de Carolina Bugnone. En el agua marrón que puede ser tan calma como el ojo de un tornado. Creo que la prosa de Carolina tiene la fuerza del río. Te acuna suave, te acaricia con imágenes que se desprenden de frases simples y cuando menos lo esperas te revuelca, te chupa y te deja salir a la superficie solo para tomar aire y resistir lo que viene.

La autora compone los escenarios, los climas, con el uso de enumeraciones descriptivas. Un recurso que ametralla al lector con signos que exceden las palabras: en esas enumeraciones está la cadencia de una voz que quiere contarnos todo lo que alguna vez sus sentidos pudieron percibir.  Y lo hace con una mirada nostálgica de ese narrador en retrospectiva que se es fiel a sí mismo y por ende al lector, porque no trafica la mirada del presente a ese pasado que se compone en los relatos, no cuestiona lo que creyó verdad entonces, deja que la voz fluya inocente, perturbadora, frontal como solo puede ser la voz de un niño. Siempre con el tono poético de una narradora que nunca saca el pie de la poesía.

El interior llega en olores: jazmines, vacas, el olor marrón del agua, repelente de mosquitos, el olor a Rosa… no de una flor, de Rosa: esa chica/mujer que le da nombre a uno de los últimos relatos del libro y que funciona como espejo de una mirada de clase que subyace en lo dicho y en lo no dicho de estas historias, de este libro. Esa chica de olor indefinido: no a cigarrillo, no a perfume, no a nada que no fuera ella.

También entra la mitología popular, el rol de la iglesia en las comunidades pequeñas más allá de ser o no cristiano, la música y por supuesto la literatura. La de Bradbury, la de Marguerite Duras pero sobre todo las letras púberes, precoces, del “primo Poeta” que más allá de todo, que a pesar de todo, siguen flotando en los rincones que Carolina visita para crear su propia obra.

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Las primas de Villaguay también puede (debe) leerse como una voz que propone romper el silencio de la historia reciente. Esa que la narradora vio en el televisor blanco y negro, lejos de la Capital, cerca de las puteadas de su madre ante el arrebato mesiánico. Pero también, es la voz de la historia íntima de esa nena que siente, vive, respira la represión. Que tiene que acostumbrarse a callar, a que el silencio es, quizá, la clave de la continuidad de la vida. Porque el miedo operaba y seguiría operando por mucho tiempo más. En ella (la narradora), en su familia, en toda la sociedad.

Ante eso, los pequeños actos de resistencia de una nena. Los gestos que buscaban correr el límite, romper el estatus quo: las medias multicolor debajo del cuero brillante de las guillerminas azules; ir a casa de un vecino para terminar con la tiranía del horario, las ganas de preguntar para romper el silencio. Aunque cuando pudiera hacerlo las palabras no salieran, atoradas quizá por el tiempo que llevaban guardadas.

La idea de la muerte sobrevuela muchos de los relatos, es una de las tantas atmosferas que el lector respira con este libro. O quizás, es uno de los componentes de una única atmósfera tan compleja que es necesario separarla para poder dosificar el dolor que condensan. La muerte aparece de forma directa, cruda, casi como una elipsis que resuelve la narración como un corte que se cauteriza en el instante en que el filo abre la carne. En otros textos de este mismo volumen, de este libro que puede ser o no una novela corta, la muerte aparece como ausencia, como desaparición. También como legado: el amor de un padre que lo dio todo,  a tal punto como para ser “el señor más querido de la ciudad”, pero sobre todo el único héroe —o el más importante— entre tanto lío.

Las primas de Villaguay puede ser para algunos lectores un atajo al universo que Saer propone en el Limonero Real: la elasticidad de las horas que se cuecen al calor del sol junto al río, mientras la siesta se hace necesaria y el contraste entre la capital y el interior se expresa no solo en ropas, modas y objetos sino también en la mirada ante el amor, el pasaje de la niñez a la pubertad, la música, los besos, los afectos, los olores, las texturas. En definitiva, la sensaciones que Carolina Bugnone nos propone para navegar estos 44 relatos, 44 arroyos que forman un caudal profundo y potente como el río.

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